¿Cómo es que la Iglesia se volvió a la vez judía y grecorromana? Fue Pablo [SEMITISMO vs. ANTISEMITISMO Parte 4]
Una serie MOR: SEMITISMO vs. ANTISEMITISMO: La estructura de nuestra historia.
Si no has leído todavía la Parte 3, puedes hacerlo aquí:
¿Hobbits contra orcos?
Siempre me siento obligado a disculparme por las connotaciones tolkienescas, pues mi modelo de la historia occidental, brutal pero útilmente caricaturizado, es así: los buenos contra los malos: semitismo (anti-esclavitud) vs. antisemitismo (pro-esclavitud). Sí, hobbits vs. orcos.
El Bien contra el Mal.
Esta lucha épica ha definido toda la historia de Asia Occidental (una región que incluye a Europa y el Mediterráneo). Una vez adoptas este modelo, el amplio barrido de nuestra historia—todos sus 4,300 años—puede dividirse de manera útil en dos grandes eras, la Era Lógica y la Era Paradójica, cada cual durando aproximadamente dos milenios.
Jesús es todavía el pivote.
La primera, la Era Lógica, la consideramos en la Parte 2:
¿Pero por qué llamar Era Lógica al tiempo antes de Jesús? Porque, en ella, el semitismo y el antisemitismo no se mezclaban; cada cual tenía su patria, separada y distinta.
La patria del semitismo fue originalmente Babilonia, donde la revolución de Sargón de Acad en la antigua Sumeria inaugura la brillante carrera semitista, estableciendo una tradición donde el rey es responsable de crear y hacer cumplir leyes para proteger los derechos y libertades de todos. Más tarde, el semitismo extendió las fronteras de su patria hasta abarcar toda Mesopotamia. Finalmente, en la última y gloriosa fase de la Era Lógica, el semitismo babilónico se alió con otro gran movimiento ético, el zoroastrismo iraní, y amplió la patria semitista hasta abarcar gran parte de la región asentada de Asia Occidental, incluido el Mediterráneo Oriental.
Por su parte, la patria de los peores antisemitas fue inicialmente el norte de Mesopotamia (asirios) y luego el Mediterráneo (greco-romanos).
Siendo que amantes de la libertad y esclavistas no podían coexistir—cada bando era, para el otro, amenaza mortal—estas dos ideologías, semitismo y antisemitismo, guerrearon e intentaron mutuamente extinguirse. Y eso era lógico.
Hacia el final de la Era Lógica, parecía realmente, después de la destrucción de aquel Imperio Asirio totalmente antisemita, que semitismo y zoroastrismo podrían juntos ganar la batalla final y decisiva. Pero los persas aqueménidas decepcionaron al no lograr conquistar a los griegos. Y entonces Alejandro, un rey grecomacedonio y por ende antisemita, salió disparado desde el Mediterráneo para derrotar a los benévolos persas e imponer en Asia Occidental la cultura depredadora, parasitaria, y esclavista de los griegos. Los judíos sobrevivieron a esta Catastrofe Mundial y mantuvieron vivo el semitismo, pero perdieron a su gran protector y también una patria territorialmente coherente. Eran ahora extranjeros en todas partes.
Dicha situación no incomodaba fundamentalmente a los antiguos judíos. Mucho antes de la destrucción alejandrina del Imperio Persa, como si de un buen virus tosido por los aqueménidas se tratara, los judíos habían estado migrando allende las fronteras de aquel imperio, en todas direcciones, convirtiendo paganos por doquier para abolir así la guerra y la esclavitud: salvar al mundo—ésa era la misión—. Pero al migrar a todas partes, los judíos socavaban ellos mismos la coherencia territorial de la lucha entre semitismo y antisemitismo.
Aquellos inquietos judíos errantes llegaron a la ciudad de Roma en el siglo 2 antes de Jesús. Como en todas partes, comenzaron a convertir rápidamente a los paganos de Roma al judaísmo y al filojudaísmo.
El poder romano lucharía contra esto—con la espada, si posible, y cuando sintiera fuerzas suficientes, con miras a exterminar—. Pero la lucha entre semitismo y antisemitismo se había tornado ahora en asunto interno del Imperio Romano, todo ello ocurriendo dentro de sus fronteras territoriales y políticas.
La asombrosa violencia simbólica y física entre romanos y judíos—totalmente política—era como una serie de grandes convulsiones digestivas. Pudiera voltearse la cosa de adentro hacia afuera en algún gran eructo y hacer al Imperio totalmente judío. O todo romano. Uno u otro resultado habría sido lógico.
Pero ¿quizás fuera posible un tercer resultado? ¿Un resultado paradójico?
Sí, tal resultado en verdad era posible. Tras la aparición de Jesús a principios del primer siglo, semitismo y antisemitismo hallaron la forma de mezclarse dentro de un nuevo movimiento: la Iglesia Católica. Dicha Iglesia surgió como una institución tanto judía como grecorromana y, por lo tanto, simultáneamente semitista y antisemita. Paradójica.
La Paradoja Eclesiástica. Los libros sagrados de la Iglesia, Antiguo y Nuevo Testamento, son producto de los valores éticos y políticos judíos: expresión del semitismo; pero la ideología práctica del gobierno eclesiástico proviene de la tradición grecorromana y, por lo tanto, es una expresión del antisemitismo. (Dicha paradoja la discutimos en la Parte 3.)
Como la Iglesia rehizo a Occidente, legó su paradoja sincrética a toda nuestra civilización. Así pues, la Era Paradójica comienza con el establecimiento—luego del gran genocidio romano contra los judíos—de la Iglesia Católica como religión oficial del Imperio.
Pero ¿cómo se construyó, de hecho, esa institución paradójica y quimérica que llamamos ‘la Iglesia’? Ésa es la pregunta por ahora.
Mi respuesta (ampliada a continuación) es la siguiente: el encuentro, en el Mediterráneo, de los pueblos grecorromano y judío produjo un conflicto político violento, pero también identidades sincréticas. Pablo de Tarso (‘San Pablo’) fue simultáneamente griego, romano, y judío. Como fundador de la Iglesia Católica, Pablo heredó todas sus identidades al movimiento que lanzó.
Comenzaré con los procesos sociológicos y terminaré con la persona de Pablo.
Grecorromanos y judíos chocan y... ¿se pegan?
Los emperadores aqueménidas persas, zoroástricos y por ende éticos, habían fomentado el proselitismo judío porque apreciaban la ética del semitismo, desarrollada exquisitamente por el judaísmo (ver Parte 2). Después de 200 años de patrocinio imperial, había ya grandes poblaciones judías por todas partes en el Imperio Persa, y, de hecho, en todo el oikoumene o ‘Mundo Conocido’ de asentamientos urbanos, llamado así por los griegos, pues muchos judíos habían traspasado allende las fronteras aqueménidas, oriente y occidente.
Vertiéronse entonces los judíos al occidente y llenaron la cuenca mediterránea.
Se ocuparon ahí los judíos de convertir a griegos y romanos a un ritmo frenético, simplemente asombroso.1 Esto implicó un conflicto directo, primero, con los antisemitas grecomacedonios que gobernaban los imperios helenísticos establecidos tras la conquista de Alejandro. ¿Por qué? Bueno, pues porque los grecomacedonios estaban esclavizando a todo mundo, y mientras los judíos pregonaban la abolición de la esclavitud.
Siguieron enormes matanzas de judíos en los Imperios Ptolemaico y Seleúcida.
La peor de aquellas masacres fue el genocidio seléucida, que sin embargo ¡terminó con una victoria judía y la creación de un Estado judío independiente! Los judíos conmemoran este milagro militar y el establecimiento de su antiguo Estado hasmoneo o macabeo en Janucá. Pero dicha independencia judía duró poco, pues los romanos pronto tocaron a la puerta.
Habían sido los judíos, empero, quienes tocaran primero a la puerta romana.
Ya en el siglo 2 antes de Jesús, los judíos habían comenzado a asentarse en la ciudad de Roma, haciendo conversos allí. Los romanos—cuya cultura en muchos aspectos era un desarrollo de la griega, organizada completamente, por ende, en torno a la esclavitud—entendieron de súbito que tenían un ‘Problema Judío’ (ver Parte 2).
Como explica un historiador:
“Los muy activos esfuerzos proselitistas de los judíos causaron mucha de la fricción entre el poder imperial de Roma y el judaísmo. Pues [el judaísmo] ... tenía mucho contenido político (...) Es fácil ver que el proselitismo judío habría socavado a todo el sistema romano.”2 (énfasis mío)
Así, luego de despachar a los cartagineses y dirigir sus atenciones belicosas hacia los grecomacedonios, los romanos se enfilaron también contra el Estado judío, buscando aplastar este centro de poder y así resolver su ‘Problema Judío.’ El general romano Pompeyo conquistó Jerusalén en el año 63 antes de Jesús.
Si bien el Imperio Romano se había establecido ahora en el Mediterráneo, los judíos eran ya bastante numerosos en todo este nuevo dominio romano. Y los ‘temerosos de Dios’ judaizantes (quienes adoptaban algunas prácticas judías y se aliaban con los judíos, pero no se convertían) eran una población aún más grande.3 Para nada había desaparecido el ‘Problema Judío’ de los romanos. Y era agudo.
Si los romanos no hacían nada, perderían el imperio ante el proselitismo judío, porque miles y miles se convertían o se acercaban el judaísmo, cuyo sistema ético y legal era completamente incompatible con el cruel y opresivo sistema esclavista del Imperio Romano. Para sobrevivir como la cultura depredadora y parasitaria que eran, los romanos debían deshacerse de los judíos.
Pero una represión antijudía demasiado intensa podría hacerles perder de todas formas el imperio. Un descuido, como bien sabían los romanos, podría empinar un levantamiento revolucionario—liderado por los judíos y apoyado por sus numerosos aliados—que sería imposible de contener. Dicha lección la habían aprendido los romanos muy a la mala, después de algunos costosos errores de cálculo (sobre los cuales escribiré pronto).
Mientras los romanos aprendían sus lecciones y vacilaban, los judíos avanzaban rápidamente con la conversión de paganos, seduciendo ahora incluso a algunos romanos de las clases poderosas y adineradas. En las sinagogas, donde acudían numerosos los paganos, se hablaba mucho de un ‘Mesías’ próximo a venir que derrotaría la opresión romana y liberaría a todos los pueblos del Mediterráneo. Todos prestaban atención (también los romanos) pues brotaban a diestra y siniestra pretendientes al título de ‘Mesías.’
¿Recuerdas aquella historia del Nuevo Testamento sobre el rey Herodes mandando matar a todos los niños menores de dos años en Judea cuando le dijeron que había nacido el ‘Mesías’? Dicha historia—la ‘Matanza de los Inocentes’—pudiera ser cierta.
El Evangelio Según Mateo (2.1-23) atribuye aquella violencia a la malevolencia de Herodes. No disputaré aquello—según todos los relatos históricos, Herodes era un verdadero bastardo—. Pero Mateo omite mucho contexto. Herodes era el rey títere ‘judío’ instalado por los romanos para oprimir a los judíos y helenizar a su país. Si Herodes realmente mató a muchos niños porque circuló un rumor que había nacido el Mesías, lo hizo para complacer a los romanos. Pues los romanos realmente estaban preocupados de que los judíos (y sus muy numerosos aliados) pudieran llegar a un consenso sobre quién era el esperado Mesías.
Se agotaba el tiempo del Imperio, y los aristócratas romanos—temblando en sus botas militares—lo sentían. Lo sabemos porque escribieron sus temores en papel y sus escritos sobrevivieron. Esto lo menciono en la Parte 2 (pero pronto tendré un artículo dedicado a los miedos romanos).
Fue en este momento de enorme peligro—tanto para los antisemitas que dirigían el Imperio Romano como para el pueblo judío—que un tal Jesús, un rabino judío de la ciudad de Nazaret, intensificó algunas enseñanzas clave del judaísmo en su paso por Judea y Samaria a principios del primer siglo. Por ciertas razones especiales—abordadas en la Parte 6 de esta serie—el movimiento de Jesús se volvió increíblemente atractivo para los paganos greco-romanos, incluso por encima de la atracción tan fuerte ya sentida por el mundo de amor, justicia, compasión, y ética ofrecida por el judaísmo.
El impacto de Jesús fue... cósmico. Sacudió al Imperio Romano, reorganizó el calendario y transformó el mundo occidental. No lo hizo todo él solo, ni en vida, pero ciertamente echó a rodar la bolita.
O... las bolitas.
Después de la ejecución de Jesús por los romanos, surgieron una gran variedad de movimientos en su nombre: gnósticos (marcionitas, valentinianos, setianos, ofitas, naasenos...), ebionitas, montanistas, arrianos, donatistas, maniqueos, docetistas, nestorianos, monofisitas, católicos...
Aquellos de nosotros que hemos examinado esta amplia literatura a veces tenemos la impresión de que Jesús era el único tema de conversación en el Mediterráneo durante los primeros cinco siglos de la era actual. Pero los diversos movimientos de Jesús no todos hacían las mismas afirmaciones sobre él: aceptaban diferentes ‘evangelios,’ y cada cual aspiraba a ser reconocido como el movimiento legítimo de Jesús.
¿Quién ganaría estas olimpiadas culturales de Jesús?
El Mediterráneo oriental romano, de hecho todo el Imperio Romano, fue un tiempo y lugar de gran fermento sincrético entre una gran variedad de culturas. Muchos competidores en las olimpiadas culturales de Jesús fueron movimientos sincréticos con aspectos de cultura judía y también grecorromana. En la cuenca mediterránea, uno de estos sincretismos ganó por goleada: la Iglesia Católica.
Esta Iglesia sincretista y paradójica fue fundada por un hombre también paradójico, producto mezclado del encuentro entre los pueblos grecorromano y judío: Pablo de Tarso.
Pablo de Tarso: “Me hice de todo para con todos”
Pablo de Tarso (‘San Pablo’), el hombre que fundó la Iglesia como organización viva, famosamente dijo, “me he convertido en todas las cosas para todo el mundo.” Estaba describiendo con franqueza su estrategia mercadotécnica:
“Para los judíos me hice como judío … Para quienes están fuera de la ley [los no judíos] me volví como uno que está fuera de la ley … Me hice de todo para con todos, con el fin de salvar a algunos por todos los medios posibles.”4
Efectivamente, Pablo, portador a la vez de las gorras identitarias judía y grecorromana, era él mismo la encarnación de la Paradoja Eclesiástica. En las páginas del Nuevo Testamento nos lo encontramos diciendo lo siguiente sobre sí:
1. que es judío de nacimiento y también rabino.
“Circuncidado al octavo día, del pueblo de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa; en cuanto a la interpretación de la ley, fariseo.” (Filipenses 3.5)
2. que es un ciudadano de habla griega de la ciudad griega de Tarso
“Cuando estaban a punto de meter a Pablo en la fortaleza, éste le preguntó al comandante: ¿Me permite usted decirle algo?’ ‘¿Hablas griego?’ le contestó el comandante, ‘¿No eres tú el egipcio que hace algún tiempo levantó una insurrección y llevó al desierto a cuatro mil terroristas?’ ‘No soy ese,’ repuso Pablo, ‘Soy judío, ciudadano de Tarso, una ciudad importante de Cilicia.’ ” (Hechos 21.37-39)
3. que es un ciudadano romano
“Cuando lo estaban estirando para azotarlo, Pablo le dijo al centurión que estaba allí: ‘¿Acaso es legal que ustedes azoten a un ciudadano romano, y más aún sin haberlo condenado?’ Al oír esto, el centurión fue a informar al comandante: ‘¿Qué estás a punto de hacer? Ese hombre es ciudadano romano.’ El comandante se acercó a Pablo y le preguntó: ‘Dime, ¿eres ciudadano romano?’ ‘Sí,’ respondió él. ‘Yo pagué una gran cantidad de dinero por mi ciudadanía,’ dijo el comandante. ‘Pues yo la tengo de nacimiento,’ contestó Pablo.” (Hechos 22.25.29)
Conclusión
Nuestra pregunta del título—¿Cómo es que la Iglesia se volvió a la vez judía y grecorromana?—puede responderse brevemente de la siguiente manera.
La llegada de los judíos al Mediterráneo, si bien produjo una confrontación violenta entre grecorromanos y judíos, también produjo mezclas sincréticas de sus dos culturas. Había todo un menú de sincretismos de dónde escoger en el siglo primero. Una de esas mezclas, la Iglesia Católica, ganó las olimpiadas culturales de Jesús cuando su afirmación de ser el movimiento legítimo de Jesús, y su necesidad de derrotar a todos los movimientos rivales (‘herejías’), fueron reconocidas y apoyadas por el Imperio Romano. Este movimiento triunfante fue lanzado por Pablo de Tarso, un hombre de identidad mixta, tanto grecorromana como judía.
¿Entonces todo se reduce a Pablo?
Sí, en cierto modo. Pero una respuesta más completa y extendida será más interesante. En la Parte 5, explicaré cómo la Iglesia se convirtió en algo tan profundamente grecorromano a pesar de que valoraba la tradición judía como sagrada.
“En todo el Imperio y en Roma hubo numerosos conversos al judaísmo debido al exitoso proselitismo judío en el mundo helenístico y romano. Los judíos propagaban enérgicamente su religión dondequiera que se encontraran en la Diáspora. … Las medidas especiales (directas o indirectas) tomadas por varios emperadores contra el proselitismo judío demuestran el objetivo bastante consistente de la ley romana de confinar el judaísmo dentro de los límites raciales [judíos]. Sin embargo, la simplicidad y pureza de la doctrina judía de Dios atrajeron a muchos gentiles al judaísmo. No obstante, la mayoría de estos admiradores no se convirtieron en conversos plenos, en parte por miedo a las leyes represivas, pero especialmente debido al efecto disuasorio de las complicadas prescripciones rituales y las limitaciones dietéticas y sociales impuestas por la religión judía a sus seguidores. La mayoría de ellos se quedaron muy lejos de la conversión plena al judaísmo y formaron el grupo de los llamados ‘temerosos de Dios.’ El rechazo del politeísmo y la idolatría pudo haber parecido casi una adopción del judaísmo, y cuando este rechazo se acompañaba de la observancia del sábado y de una cierta conformidad con la ley judía, aunque sin llegar a la circuncisión, todo esto podía parecer una conversión suficiente al judaísmo.”
FUENTE: Keresztes, P. (1973). The Jews, the Christians, and Emperor Domitian. Vigiliae christianae, 1-28. (pp.4-5)
Keresztes, P. (1973). The Jews, the Christians, and Emperor Domitian. Vigiliae christianae, 1-28. (p.12)
“Muchos gentiles, tanto hombres como mujeres, se convirtieron al judaísmo durante los últimos siglos antes de Cristo y los primeros dos siglos de nuestra era. Sin embargo, aún más numerosos fueron aquellos gentiles que aceptaron ciertos aspectos del judaísmo pero no se convirtieron a él. De manera politeísta, añadieron al Dios de Israel a su panteón y no negaron a los dioses paganos. En todo el Imperio romano, varias prácticas del judaísmo encontraron favor entre grandes segmentos de la población. En Roma, muchos gentiles observaban el sábado, los ayunos y las leyes alimentarias; en Alejandría, muchos gentiles observaban las festividades judías; en Asia Menor, muchos gentiles asistían a la sinagoga en el sábado. El fenómeno de los llamados ‘temerosos de Dios’ implica que el judaísmo antiguo era visible y abierto a los forasteros. Los gentiles podían entrar en las sinagogas y presenciar las observancias judías. Josefo insiste en que el judaísmo no tiene misterios, ni secretos que mantenga ocultos a los observadores curiosos (Contra Apión 2.8, & 107). Esta afirmación no es completamente cierta, pero es esencialmente correcta.”
FUENTE: Cohen, S. J. D. 1987. From the Maccabees to the Mishnah. Philadelphia: The Westminster Press. (pp.55-56)
“Para los judíos me hice como judío, para ganar a los judíos. Para los que viven bajo la ley, como si yo mismo estuviera bajo la ley (aunque no lo estoy), para ganar a los que están bajo la ley. Para los que están fuera de la ley, como si yo mismo estuviera fuera de la ley (aunque no estoy libre de la ley de Dios, sino comprometido con la ley de Cristo), para ganar a los que están fuera de la ley. Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me hice de todo para con todos, con el fin de salvar a algunos por todos los medios posibles. Todo esto lo hago por causa del evangelio, para participar de sus bendiciones.” (1 Corintios 9:19:23)