PARADOJA. Los gobernantes, de cultura grecorromana, que llevaron a la Iglesia directamente al totalitarismo (Inquisición) declararon sagradas 1) la historia de una revuelta de esclavos israelitas (Éxodo) que engendró leyes pro-laborales; y 2) las enseñanzas de amor de un carpintero hippie judío. ¿Cómo y por qué adoptaron los opresivos aristócratas grecorromanos la literatura subversiva de los judíos revolucionarios de las clases bajas?
Si no leíste la Parte 2 de esta serie, aquí la tienes:
¿Lleva el pontífice romano una kipá judía?
Disfruto mucho cuando puedo acercarme a una gran pregunta sistémica a través de algún detalle colorido, rico en aprendizaje antropológico. Pido licencia, entonces, para abordar la paradoja que me ocupa de forma oblícua, llamando primero tu atención sobre el siguiente detalle: el casquete que viste en su cabeza el papa (ver foto, arriba).
Dicho casquete se parece mucho a la kipá tradicionalmente usada por los judíos. ¿Se trata de eso? He observado que varias autoridades expresan una clara resistencia a esta idea. Pero sus argumentos y fuentes no me han conmovido.
En El Rabino Crucificado: El Judaísmo y los Orígenes del Cristianismo Católico (The Crucified Rabbi: Judaism and the Origins of Catholic Christianity), por ejemplo, el apologista católico Taylor Marshall escribe lo siguiente:
“… [U]na de las preguntas más comunes que tienen los judíos respecto de la Iglesia Católica es: ‘¿Por qué usa su papa una kipá?’ Para ser exactos, el papa en realidad no usa una kipá sino un zucchetto, que en italiano significa ‘pequeña calabaza,’ en referencia a la verdura que llamamos calabacín ... [porque] se parece un poco a una calabaza pequeña partida por la mitad ...”1
Descubrir que le pusieron un mote italiano al casquete del obispo no contribuye absolutamente nada para refutar la hipótesis de que los obispos adoptaron dicho casquete de la práctica judía, pero Marshall no cae en cuenta.
Tampoco cae en cuenta Wikipedia (consultada 9/6/2024), pues Wikipedia cita el pasaje de Marshall para ‘sustentar’ la afirmación de que “el zucchetto es distinto ... del casquete tipo kipá.”
Wikipedia también promueve—sin documentación—la noción, al parecer extendida, de que el zucchetto se deriva del pilos griego. Dicha idea me asombra, pues el zucchetto no tiene parecido alguno con el pilos griego (compara tú mismo abajo); por contraste obvio, como de hecho concede Wikipedia, el zucchetto “es casi idéntico a la kipá judía.”
Claro que si el zucchetto apareció primero, no puede ser una kipá. Entonces, si se empeña uno rabiosamente en negar el origen judío del casquete católico, se verá tentado a decir, como lo hace Wikipedia, que “el zucchetto … es anterior al casquete estilo kipá.” Semejante afirmación, tan extraordinaria, me invitó a consultar la nota al pie, donde encontré esto:
Kilgour, Ruth Edwards (1958). A Pageant of Hats Ancient and Modern. New York: RM McBride Company.
Sin número de página...
Bueno, los buscadores modernos resuelven ese problema. Encontré una versión electrónica del erudito libro de Kilgour sobre los sombreros y busqué (en inglés) los términos kippah, zucchetto, yarmulke, y skullcap. Los primeros tres términos no se mencionan en ninguna parte del libro. Pero skullcap (casquete) sí aparece en una breve referencia a judíos y papas en la breve sección: ‘Italia: casquete o gorro de Enoc.’ Kilgour escribe (págs. 252-253):
“[El casquete] lo usaban en tiempos muy antiguos los ancianos o maestros de las tribus judías... Por esta razón, a veces encontramos que en los archivos antiguos se hace referencia al tocado como el ‘gorro de Enoc.’ Mencionado en la Biblia, Enoc fue uno de los patriarcas del antiguo pueblo judío y presumiblemente llevaba una de estas pequeñas gorritas. … Hasta el día de hoy, el rabino en la sinagoga usa el casquete, al igual que los ancianos antes que él, y eso lo identifica como maestro. Dicha gorra siempre se ha asociado tradicionalmente con figuras religiosas, por lo que no sorprende descubrir que el Papa, en ocasiones, también lleva un casquete.”
Asombroso: la fuente invocada por Wikipedia sugiere precisamente lo contrario de lo afirmado por Wikipedia. (Recomiendo siempre revisar las notas al pie; nunca sabes cuándo te querrán convencer de tener documentación cuando en realidad no la tienen).
Si la kipá judía significara en el judaísmo algo completamente diferente podría dar mi merced, quizás, a estos esfuerzos tan desesperados por alegar, para el casquete católico, una línea independiente de transmisión cultural. Pero el propio Taylor Marshall concede que “la idea es la misma”: en ambas religiones el casquete “designa que un hombre es un siervo del Altísimo, que está siempre en la presencia de Dios.”2
Mmm.
Todo esto me provoca a plantear la siguiente pregunta. Dado que la propia Iglesia no alega para sí una independencia cladística del judaísmo sino que, por el contrario, afirma surgir filogenéticamente de ahí; y dado que el casquete es físicamente casi idéntico y además significa lo mismo en la religión ‘madre,’ ¿no debiera ser la primera hipótesis—hasta no contar con evidencia contraria realmente dramática—que los obispos imitaron la kipá judía?
Dicho de otra manera: ¿Acaso es una locura sugerir que los obispos querían parecer rabinos?
Considera el contexto. Como todos saben, los obispos católicos atesoran las enseñanzas de un rabino muy, muy famoso: Yeshua ha Nosri o Jesús de Nazaret. Y la Iglesia orgullosamente se jacta de ser la religión más judía. Pues según los padres de la Iglesia y su doctrina de supersesión (reemplazo), la única evolución legítima del judaísmo es su interpretación de Yeshua, que según ellos está divinamente ordenada para reemplazar la rama ‘madre’ del judaísmo, ahora obsoleta. Hasta el día de hoy, la Iglesia se llama a sí misma—oficialmente—‘El Nuevo Israel.’
Ya sé qué estás pensando, porque la pregunta es obvia: Siendo que la Iglesia afirma con tanto orgullo su judaísmo supremo, de hecho su legitimidad única—¡en detrimento de los judíos!—como continuación del judaísmo, entonces ¿por qué habría persona alguna de buscar al antepasado del casquete católico en el pilos griego?
Bueno, quizá porque la Iglesia no es menos grecorromana que judía, ni tampoco, en ese sentido, menos orgullosa.
Las ideas de la Iglesia primitiva resultaron atractivas especialmente para los gentiles de habla griega del Mediterráneo oriental; poco después, cuando ciudadanos romanos acomodados se volvieron dominantes en la clase episcopal y adoptaron formas romanas para su organización, la Iglesia desarrolló también una identidad romana (ver Parte 4). Las identidades griega y romana encajan bien porque la cultura romana es, en muchos sentidos, una evolución de la cultura griega.
La identidad grecorromana de la Iglesia se hipertrofió cuando el emperador Constantino adoptó a la Iglesia como religión oficial en el siglo 4 EC, fusionando Iglesia e Imperio, a partir de ahí, para engendrar una misma criatura compleja romana, a la vez religiosa y política. Se volvió totalmente tradicional celebrar al catolicismo como romano, y el latín se convirtió en la lengua sagrada de la Iglesia.
De modo que la Iglesia es grecorromana y también judía—ambas—.
Dicha identidad híbrida es reclamada explícitamente por la Iglesia en los atributos que oficialmente proclama en su nombre: ‘Iglesia Santa, Católica, Apostólica, y Romana.’ ‘Soy apostólica,’ dice ella, es decir, ‘de los amigos de Jesús, los apóstoles,’ todos judíos, y ‘soy romana.’
Y ésa es la paradoja eclesiástica.
Porque la tradición judía es semitista; y la grecorromana, antisemita.
semitismo y antisemitismo
Estos términos, semitismo y antisemitismo, con las definiciones técnicas que les he dado, nos remiten a ideologías (como explico en Parte 1 y Parte 2). Esto es lo que significan los términos:
semitismo → Una fuerza social lanzada por gente de habla semita hace 4,300 años en la antigua Mesopotamia sur (Babilonia) con la revolución de Sargón de Acad. Dicha fuerza busca proteger a todos de la opresión y tiende hacia el abolicionismo, el constitucionalismo y, finalmente, la democracia. Los judíos, un pueblo mesopotámico cuyo origen como comunidad legal y religiosa se remonta a la historia de una revuelta de esclavos encabezada por Moisés (Libro del Éxodo), son los representantes supervivientes del antiguo semitismo mesopotámico.
antisemitismo → Una fuerza social siempre en oposición al semitismo y buscando oprimir a todos que tiende siempre hacia la esclavitud, el absolutismo, y, finalmente, el totalitarismo. En la antigua Asia occidental (que incluye a Europa), los antisemitas más importantes fueron los asirios y más tarde los griegos y los romanos. En el mundo moderno, los antisemitas más importantes, inspirados en los antiguos grecorromanos, han sido los eugenistas y los nazis alemanes, y también, inspirados en el Corán, los musulmanes yihadistas.
Se puede ver claramente, con estas definiciones, que abarcar en una misma institución semitismo y antisemitismo constituye una perfecta paradoja. Y eso nos lleva directamente a la pregunta: ¿Cómo pudo haber surgido en nuestra historia semejante Iglesia quimérica, semejante Frankenstein?
Debiéramos dedicar mucho esfuerzo a contestar esta pregunta.
Dos grandes eras
La pregunta se agudiza cuando nos percatamos, mirando hacia atrás, de un tiempo anterior a la paradoja, cuando la relación entre semitismo y antisemitismo era lógica, y no paradójica.
La transición dramática de lógica a paradoja divide toda nuestra experiencia histórica civilizada—nítida y satisfactoriamente—en dos eras gigantescas, cada una abarcando dos milenios, aproximadamente.
La primera gran era comienza con la revolución liderada por Sargón de Acad 2,300 años antes de Jesús en el sur de Mesopotamia (‘Babilonia’). La segunda, luego de un período de transición que sigue a la destrucción grecomacedonia del Imperio Persa, comienza con la fundación de la Iglesia Católica en el siglo 1 EC.
Este modelo no es tan difícil para los occidentales de procesar y adoptar. Es cierto, quizás, que estiro más atrás y más hacia oriente de lo acostumbrado para nosotros (desde nuestra identidad tradicionalmente ‘occidental’) porque me parece que el Mediterráneo y luego Europa deben integrarse analíticamente con Asia occidental en un sistema muy grande pero coherente donde el semitismo lucha contra el antisemitismo. Pero en otro sentido mi modelo encaja bien, pues estoy totalmente de acuerdo con la cosmología calendárica occidental que divide nuestra experiencia civilizada en el tiempo antes de Jesús y el tiempo después de Jesús.
La llegada de Jesús marca el paso de lo lógico a lo paradójico.
En la Era Lógica, antes de Jesús, allá en nuestra antigüedad mesopotámica más profunda, la lucha entre semitismo y antisemitismo fue nítida (véanse Parte 1 y Parte 2). Aquí una buena metáfora sería una batalla campal, anticipada y aceptada por ambos antagonistas, cada uno ocupando un lado del terreno, cada cual con sus colores y estandartes, y cada cual defendiendo un territorio de origen separado y distinto.
Dichos combatientes son fácilmente distinguibles.
Por supuesto que ésta no es una mera metáfora. En el período que precede al cristianismo, el semitismo controlaba su propio territorio de origen, Babilonia, más tarde extendido hasta cubrir toda Asia occidental, mientras que la patria del antisemitismo estaba hacia Occidente. Semitistas y antisemitas se encontraron, de hecho, en el campo de batalla, en enfrentamientos gigantescos. Primero, babilonios contra asirios y luego persas contra griegos. Las guerras greco-persas (tres en total, pues incluyo la conquista de Alejandro) fueron verdaderas guerras mundiales entre dos civilizaciones enteras, una semitista y la otra antisemita, cada una en su propio continente (véanse Parte 1 y Parte 2).
Pero en la Era Paradójica que todavía habitamos, misma que comienza después de Jesús, semitismo y antisemitismo se han entrelazado paradójicamente en un abrazo íntimo que vuelve esta lucha confusa y complicada—mucho más difícil de pensar—.
Esta lucha tan confusa se volvió totalmente interna a la civilización occidental, porque en la Era Paradójica las dos fuerzas opuestas ocupan el mismo espacio geográfico y cultural y, además, ¡izan el mismo estandarte institucional! Más precisamente, esta paradoja enfrenta la estructura política grecorromana de la Iglesia con los valores judíos promulgados en sus libros oficialmente sagrados.
Podemos representarlo, esquemáticamente, de la siguiente manera:
Por definición, una paradoja viola la lógica. Pero las paradojas no siempre son cosas ruidosamente obvias, porque la ‘obviedad,’ como sabe cualquier antropólogo, no es realmente una propiedad de la lógica sino de la cultura. Cosas completamente inventadas y/o sin sentido y/o contradictorias son perfectamente obvias y naturales para quienes han sido socializados a aceptarlas.
Estamos acostumbrados a la paradoja eclesiástica, y pasa generalmente desapercibida, porque es plenamente occidental.
La paradoja de la Iglesia es una paradoja occidental
La Iglesia nos heredó su paradoja pues literalmente creó nuestra civilización actual, luego de sobrevivir la caída del Imperio Romano para convertirse, por mucho, en la institución dominante de la Edad Media europea.
La Iglesia medieval coronaba y también excomulgaba a los emperadores germánicos del Sacro Imperio Romano, así como a otros reyes y reinas europeos cuyas disputas ayudó a resolver y cuyas pecaminosas confesiones escuchaba atenta y absolvía.
En todos los países europeos, la Iglesia era el mayor terrateniente, con enormes propiedades agrícolas. Pero no descuidaba su presencia urbana. De hecho, en algunas ciudades europeas, hasta una de cada diez personas podía estar en la nómina de la Iglesia.
En cada reino y principado cristiano había, totalmente fuera del control del rey o del príncipe, un sistema de tribunales eclesiásticos que a menudo extendía su jurisdicción a muchos asuntos ‘civiles’ más que ‘religiosos.’
La Iglesia también tenía su propio Estado, varios ejércitos internacionales de caballeros piadosos (prestados por necesidad y oportunidad a varios reyes) y una fuerza policial.
Y por último, pero no menos importante, una población gigantesca de sacerdotes en todos los países europeos pastoreaba a los fieles, altos y bajos, inculcaba lealtad a la Iglesia, y transmitía lo que en aquellos tiempos y lugares se consideraba una ‘educación.’ Dondequiera que uno fuera, las personas inteligentes (los eruditos, los intelectuales, los pensadores) eran todos curas. Los más sofisticados eran, por supuesto, consejeros indispensables de los reyes.
Inevitablemente, entonces, la Iglesia Católica estiró la paradoja en su seno y con ella cubrió cada rincón de la vida religiosa, cultural y política occidental. Todavía vivimos esta paradoja.
Tú también.
Sé que muchos occidentales modernos caminan sintiéndose muy confiados y satisfechos en su presunta emancipación de la Iglesia Católica. Pero están equivocados.
Ciertos aspectos de la cultura son muy difíciles de cambiar porque son sutiles. Podemos dejar de ir a la misa católica, por ejemplo, pero los aspectos sutiles de la cosmología eclesiástica que empaparon a Occidente durante siglos no desaparecen tan rápidamente, pues ni siquiera podemos verlos. Una vez internalizados, identidad y valores se naturalizan y son luego transmitidos sin esfuerzo alguno a los hijos, quienes los heredan luego hacia abajo, y así sucesivamente. Nadie se percata, porque los aspectos naturalizados de la cultura son muy difíciles de percibir para quienes los poseen. “Los peces son los últimos en descubrir el agua,” dice un viejo refrán. Tal cual.
Para darse cuenta basta considerar al ambientalismo moderno, un movimiento claramente cristiano. Muchos ambientalistas toman prestado elementos de religiones orientales y nativas, y para nada se identifican como cristianos, pero sin el menor esfuerzo han reciclado los conceptos de ‘pecado original’ y ‘redención mediante sacrificio,’ vistiéndolos nada más con vestimentas nuevas.
Siglos de educación católica e instrucción dominical llevaron a los occidentales a internalizar la paradoja eclesiástica hasta convertirla en cultura, estable ya sin la constante microgestión y pastoreo de la Iglesia, transmitida de padres a hijos sin mucha autoconsciencia del proceso. Por lo tanto, a fuerza de ser occidentales, nos llamemos o no oficialmente ‘católicos,’ vivimos todavía la paradoja eclesiástica.
Y eso nos vuelve… esquizoides.
La Iglesia (y por tanto Occidente) es esquizoide
Durante los últimos dos milenios, cualquier cosa que en algún momento dado suceda en la vida occidental dependerá de qué mitad de la paradoja eclesiástica—semitismo o antisemitismo—haya conseguido controlar las instituciones occidentales.
La metáfora útil aquí es la lucha intrapsíquica de un hombre individual con sus propios demonios: dos fuerzas opuestas—ambas afirmando ser sus aliados—existen dentro de sí y compiten por el control de su corteza prefrontal.
Estos combatientes ya no son facilmente distinguibles.
Otra vez: no es sólo una metáfora. Siglos de dominio de la Iglesia hicieron que la psique individual occidental se volviera simultáneamente judía y grecorromana: semitista y antisemita .
Esquizoide.
Como habrán notado, los occidentales no logran decidirse si amar u odiar a los judíos, si promover la esclavitud o la libertad, si enorgullecerse o avergonzarse de su propia civilización. Y se confunden tremendamente. Muchos creen que las cosas por ellos más valoradas en el Occidente moderno (democracia, libertad, derechos humanos, etc.) son una herencia grecorromana, cuando en realidad son lo contrario: tales son bendiciones de los judíos.
¿Qué nos depara el futuro? Eso depende.
¿Elegirán los occidentales la mitad antisemita de la paradoja occidental, dejándose seducir por la propaganda antijudía como a mediados del siglo 20, para hacer florecer otra vez en Occidente totalitarismo y genocidio, repitiendo crímenes que vivieron nuestros antepasados cuando la Iglesia gozaba de un poder sin igual?
¿O se emanciparán finalmente de la pesada herencia de opresión occidental, eligiendo libertad, alineándose decisivamente con su mejor yo semitista?
Ojalá hagamos lo último. Para tener la oportunidad de tomar el control de nuestra historia, empero, será preciso primero comprenderla. A continuación, pues, explico cómo la Iglesia se volvió a la vez judía y grecorromana.
Marshall, T. (2009). The Crucified Rabbi: Judaism and the Origins of Catholic Christianity. Saint John Press. (pp.11-12)
ibid.